viernes, 11 de mayo de 2012

Las pequeñas cosas

Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuando y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.

Rosalía de Castro

“Hay días hechos de nimiedades, días de los que uno se acuerda sin que pueda saber verdaderamente por qué.
Hay días hechos de nimiedades y que llenan el alma de melancolía, momentos de soledad de los que uno se acuerda durante mucho, mucho tiempo.”
Marc Levy, El Primer Día.

Hay días, como hoy, en que se te viene encima, como una losa pesada y enorme, la sensación, la percepción más bien, de las cosas que por desidia o inconsciencia se dejaron de vivir o, al menos, no se vivieron en toda su dimensión. A veces son oportunidades que pasaron y que nunca más volvieron, otras veces son palabras que se dijeron o que debieron ser calladas, y otras veces son solo momentos que se vivieron, que se saben importantes pero a los que no supimos darle significado, si es que significaron algo, pero que por alguna razón dejaron en nuestras vidas, en nuestras almas, un poso de desazón y una muesca en el recuerdo. Son como suaves caricias que nos hace la vida y que dejan una extraña, y dulce, sensación muy por debajo de la piel y el sabor, amargo, de la pérdida. Pero ¿Cómo puede perderse lo que nunca se ha tenido? ¿Cómo te acaricia lo que nunca te ha rozado? ¿Cómo se extraña lo que no has conocido?

Hace ya mucho tiempo tenía un cuaderno en el que, como ahora aquí, escribía sobre cosas que sentía. No era un diario a la manera tradicional, ni de ninguna otra manera, pues, como ahora, pasaban semanas sin que lo abriera; eran visitas esporádicas en noches de insomnio, en momentos de soledad, en días, en fin, tristes. También escribía, a veces, cuando intentaba dar una explicación a sentimientos o sensaciones que experimentaba ante algunas cosas que me cogían por sorpresa y que no sabía comprender.

Hace ya mucho tiempo que desapareció aquel cuaderno, posiblemente victima de algún momento racional, cuando releer nuestras autoconfesiones nos hace sentir vulnerables, desnudos y emocionalmente indefensos ante todo y todos. No añoro ninguna de las frases o palabras que tan torpemente escribí allí intentando entender lo que, posiblemente, no eran mas que elucubraciones surgidas del insomnio o la soledad, intentos de explicar lo que no comprendía o lamentaciones por lo que si comprendía; no se si hice bien o mal destruyendo tantas horas de palabras, polvo que se llevó el viento, ideas y sentimientos mal moldeados en frases a fin de tenerlos sujetos. Recuerdo, sin embargo, una página en particular. Hoy ha vuelto, vívida, a mi memoria casi cuarenta años después. Trataba en ella de dar sentido, de encontrar significado, a un segundo apenas de mi vida. No se por qué hoy ha vuelto a mi, después de tanto tiempo, ese recuerdo.

Me acuerdo de aquella noche como si fuese ayer mismo, como si no hubiesen pasado años.
Era un viernes. O un Sábado, quizás. Uno de tantos, tan distinto, sin embargo, durante unos pocos segundos aunque tampoco ahora sepa decir por qué.

Ya la había visto otras veces; aunque en círculos diferentes, frecuentábamos los mismos ambientes e incluso teníamos amigos en común. Pero aquella vez hubo alguna diferencia; de perfil, a contraluz en la semipenumbra del local, me pareció especial y no pude dejar de mirarla; en un momento nuestras miradas se cruzaron y nuestros ojos quedaron trabados un segundo más de lo normal y fue ahí, en ese preciso momento, cuando sentí algo extraño. No estoy hablando de un flechazo ni de amor; no, nada de eso tiene que ver con lo que ocurrió en aquel pequeño instante. Creo que estoy hablando de reconocimiento, de la sensación de conocer profundamente a una persona aún cuando no la has visto o hablado con ella nunca. Me quedó tan marcado ese momento que pocas horas después estaba sentado delante de aquel cuaderno intentando describirlo, intentando averiguar que había pasado, que me había pasado a mí. Ni lo supe entonces ni lo sé ahora. Tampoco sé porque hoy me ha venido el recuerdo de aquellas líneas, media página quizás. Nunca habíamos hablado. Nunca lo hicimos. Nuestras miradas se cruzaron algunas veces más aquella noche, pero ya no fue lo mismo. Hoy, casi cuarenta años después, creo que ambos, porque estoy seguro de que ella también sintió ese algo extraño, intentábamos en cada mirada dar respuesta a ese segundo. ¿Realmente había pasado algo? No lo sabré. No volví a verla y la magia de aquel segundo solo fue recuerdo en una página de un cuaderno que hoy también es recuerdo. Su nombre lo supe cuando lo vi, como pie de foto, junto a la noticia que daba cuenta del fatal accidente que se la llevó. Hoy su nombre también ha huido de mi memoria, y quizás sea eso lo que me pone triste. No lo sé.

¿Qué hubiese pasado si aquella noche hubiésemos hablado? ¿Sería hoy un recuerdo aquella mirada o, por el contrario, se hubiese roto el hechizo de aquel segundo? Seguramente hoy no estaría hablando de ello.

Quizás no fue nada, quizás solo fue una de esas pequeñas cosas, piezas de un complicado mosaico, que van conformando nuestras vidas y que, aún ignorando el por qué, la justifican. Pequeñas cosas que te hacen recordar una mirada y olvidar el nombre de quien te miró, que te hacen recordar unos ojos pero olvidar un rostro. Pequeñas cosas que no entendemos y que, no obstante, pueden hacer saltar una lagrima cuando, eso sí, nadie nos ve.