viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Que me pasa, doctor?

Sería muy interesante que consiguiera decir lo que realmente quiero decir y que todos lo entendáis así como yo quiero expresarlo.

Cuando eres padre por primera vez piensas que nada hay en la vida mejor que eso, que nada puede igualar esa sensación. Si lo eres por segunda vez descubres que es exactamente igual que la primera. La misma intranquilidad durante el embarazo, la misma ansiedad durante el parto, la misma sensación de novedad cuando te dan a tu hijo/a y el mismo derrumbe emocional y la certeza de que harías lo que fuese por esa cosita tan pequeña que, a partir de ese momento, va a compartir tantas cosas contigo. La vida sigue y tu con ella. Tus hijos crecen y, otro día, descubres que no estan contigo, que viven su vida, que no te necesitan o te necesitan menos. Justo cuando tu los necesitas mas. Será porque ya no están. Y ahí comienzan tus problemas, tu dilema existencial, tu dicotomía espiritual: por una parte te alegra que vivan su vida, que no te necesiten; una vez fuiste joven y también volaste libre; todavía puedes recordarlo porque no hace tanto tiempo, o eso crees; por otra parte odias la vida, que se ha llevzdo todo aquello por lo que has luchado, vivido y soñado una gran parte de tus años; descubres que ya no eres joven, que has ido dejando por el camino parte de tu equipaje porque te impedían seguir la vida de tus hijos a la misma velocidad que ellos la viven; y desistes de seguirlos. No te rindes pero te haces a la idea de que, en contra de tus previsiones, sus caminos corren paralelos al tuyo. Es una suerte que discurran en el mismo plano y te alegras de que de vez en cuando se crucen y puedas compartir con ellos pequeñas cosas que el tiempo y la memoria hacen grande...Y un día... Un día te muestran un ser diminuto y te dicen que eres abuelo. Ese es el día en que descubres para qué te has estado preparando, sin éxito, durante toda tu vida.   Y descubres que estás totalmente indefenso ante ese pequeño ser, y tienes la sensación de que solo has vivido para llegar a ese momento, y dejas volar tu imaginación anticipando el día en que podrías compartir confidencias, sus confidencias, y ser su cómplice en pequeñas travesuras, el helado que mamá no quiere que coma y que será lo primero que cuente al llegar a casa, su primer dia de colegio (¡que bien que mamá trabaje!)... Y piensas en la cantidad de cosas que te perderás, que no te podrán contar, que no podrás compartir porque les llevas muchos años de ventaja. Sabrás, posiblemente, de sus primeros amores; es posible que sepas de su primer beso, y es muy posible que a tu corazón le resulte doloroso saber de su primer fracaso amoroso porque no sabrás que decirle, ¡son tan difíciles estas cosa del amor! Y sueñas compartir con él todo aquello que el tiempo, la vida, el trabajo, el estrés y la biblia en verso no te dejó compartir con tus hijos.

Y descubres, o recuerdas, que además de abuelo sigues siendo padre. Y te das cuenta, con alegría, de que en realidad no lo has olvidado nunca, sino que con la paternidad de tus hijos ¿recuperas? tu propia paternidad. Y yo, en este punto, me doy cuenta de que he olvidado si era esto lo que quería decir o si lo he expresado como quería y me temo que no. En todo caso, una cosa es segura: hay todo un mundo por descubrir en esto de ser abuelo, y, como yo acabo de llegar a ese mundo, me voy a entregar en cuerpo y alma a explorarlo. A ver que maravillas descubro.

Presiento que esto es el Alba de un dia  maravilloso.